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Cambiar el mundo para que podamos “vivir en significaciones y cuerpos que tengan una oportunidad en el futuro” (Haraway, 1995)

viernes

\Mendigos y prostitutas/


...En mi infancia estuve aprisionado por el antiguo y el nuevo Oeste. Mi clan vivía por entonces en dos barrios, con una actitud en la que se mezclaban la obstinación y el amor propio que hacía de ambos un ghetto al que consideraba como su feudo. En este barrio de propietarios quedé encerrado, sin saber nada de los otros. Para los niños de mi edad, los pobres sólo existían como mendigos. Y supuso un gran paso adelante en mis conocimientos cuando, por primera vez, la pobreza se me traslució por la ignominia de un trabajo mal pagado. Era una pequeña composición, la primera tal vez, que había redactado para mí. Tenía que ver con un hombre que reparte hojas y con las humillaciones que sufre por parte del público que no tiene interés en las hojas. Así sucede que el pobre, y con esto concluía, se desembaraza con disimulo de todo su paquete. Ciertamente, la manera más ineficaz para aclarar la situación. Pero entonces yo no alcanzaba a comprender ninguna otra forma de sublevación sino la del sabotaje, y ésta, sin duda, por propia experiencia. Recurría a ella cuando trataba de eludir a mi madre. Sobre todo en los "recados", y con una porfía y terquedad que a menudo desesperaban a mi madre. Y es que había adquirido la costumbre de quedarme siempre rezagado. Era como si de ningún modo quisiese hacer frente aunque fuera a mi propia madre. Lo que tenía que agradecer a esta resistencia soñadora durante los paseos comunes por la ciudad se mostró más tarde cuando su laberinto se franqueó al instinto sexual. Este, sin embargo, no buscaba el cuerpo con los primeros tanteos, sino a Psyque, cuyas alas relucían pútridas a la luz de una farola de gas o reposaban, sin haberse desplegado, cual ninfa, debajo de la pelliza. Entonces me regala con una mirada que no parecía captar ni la tercera parte de lo que en realidad abarcaba. Pero ya en aquella época, cuando mi madre me regañaba por mi hosquedad y mi modo de andar soñoliento, sentí la posibilidad confusa de librarme más tarde de su dominio, en unión de estas calles, en las que aparentemente no me orientaba. En todo caso, no cabe duda de que la sensación –engañosa, por desgracia- de abandonarla a ella, a su clase y a la mía, era la causa del impulso sin igual de dirigirme a una prostituta en plena calle. Podían pasar horas hasta que llegué a ponerlo en práctica. El pavor que iba sintiendo era el mismo que me hubiese producido un autómata al que una simple pregunta fuera suficiente para ponerlo en marcha. Y así eché mi voz por la hendidura. Luego me zumbaban los oídos y no era capaz de recoger las palabras que cayeron de la boca pintarrajeada. Me fui corriendo, para repetir la misma noche, y en otras muchas, el temerario intento. Y cuando me detenía, a veces al amanecer, en algún portal, los lazos asfálticos de la calle me tenían enredado sin remedio y no fueron precisamente las manos más limpias las que me liberaron...

....dos pasiones, un escritor...

....dos pasiones, un escritor...
...Julio...